22 de noviembre de 2014, esa era la fecha que nos habíamos marcado para empezar nuestro Camino de Santiago por la Costa. A pesar de la lluvia que llevaba días anunciándose, 8 valientes comenzamos nuestro periplo en tierras portuguesas, bien pertrechadas con nuestros chuvasqueros y la idea clara de no dar nunca la vuelta atrás pasara lo que pasase.
Empezamos la andaina en Carreço (distrito de Viana do Castelo), junto al restaurante/bar Areia, donde aparcamos nuestra furgoneta. Nada más ponernos la mochila al hombro, las primeras gotas de lluvia nos dieron la bienvenida, como queriendo decirnos que, quisiéramos o no, iban a ser nuestras compañeras de camino a lo largo de la jornada. Sin embargo, las espectaculares vistas del mar y la playa, desde el sendero estrecho de tierra pegado a la costa, pronto nos hicieron olvidar las inclemencias del tiempo y disfrutar del paisaje.
Optamos por no subir hasta el Faro de Montedor y los molinos de viento, pues el tiempo era justo, pero pudimos verlo desde la distancia.
Nuestro pequeño sendero, que por cierto no es apto para cualquier calzado, pues se encharca con facilidad, nos llevó hasta la playa de Paço, donde se alza un antiguo fortín del siglo XVII, construido para contener posibles ataques españoles durante las guerras de Restauración.
Después de bajar a la playa, continuamos la ruta por una pasarela de madera, siguiendo las indicaciones del PR-7 marcado con líneas blancas y rojas. Sin embargo, en este punto nos perdimos del Camino que, según nuestro mapa, se interna hacia campos agrícolas, y en lugar de coger un pequeño desvío a la derecha, seguimos pegados a la playa, abriéndonos paso entre matorrales y dunas.
El problema inmediato fue que nos encontramos con que teníamos que vadear un riachuelo que desembocaba en la playa y no sabíamos cómo, aunque no cubría. Así que, después de darle un par de vueltas, siguiendo nuestro lema de nunca retroceder, nos decidimos a cruzarlo por su desembocadura, entre las rocas. Algunas lo consiguieron sin esfuerzo, otras se mojaron hasta las rodillas y las más rezagadillas se hicieron las remolonas hasta que vieron que era la única solución posible.
Una vez superada la primera prueba, ya nada nos detenía. Seguimos caminando por la arena de la playa de Bico-Arda, donde pudimos ver la destreza de unos cuantos surfeiros y la fuerza de las olas en estas costas.
Continuamos por otra pasarela de madera, engullida por las dunas en algunos tramos. Un poco más adelante nos encontramos con el segundo obstáculo de la etapa (seguíamos perdidas del camino señalizado): otro río a cruzar, esta vez algo más caudaloso y sin rocas para poder saltarlo. Así que, ni cortas ni perezosas, botas y calcetines en mano, pantalones remangados y a mojarse los pies! Toda una aventura!
Una vez superado el reto, subimos hacia otro pasadizo de madera y un poco más adelante por fin nos encontramos con nuestra ruta, que se interna por caminos empedrados colindantes con campos agrícolas y senderos de tierra en medio de bosques bajos. Aprovechando el cobijo de los árboles nos detuvimos a comer, no durante mucho tiempo, pues la lluvia se hizo más intensa, por lo que tuvimos que dejar el postre para tiempos más felices.
Bajo un aguacero considerable, dejamos a nuestra izquierda el fuerte de Cao (s. XVII), que formaba parte de la línea defensiva contra los invasores a lo largo de la costa atlántica, y nos dirigimos hacia Vila Praia de Âncora por un paseo de madera arropado entre densos matorrales.
Y aquí viene la tercera sorpresa del día: de repente, no podemos continuar por nuestro camino porque parte de la pasarela de madera se había derrumbado (parece ser que debido a algún temporal anterior) y caía en precipicio hasta la playa. Decidimos, como no, hacer honor a nuestro lema, y seguir adelante, ¡nunca dar la vuelta! Así que bajamos por la duna de arena hasta la playa (parece ser que esto solo se puede hacer con marea baja). Un poco más adelante, volvimos a subir la duna y retomamos la pasarela.
Seguimos por la Senda Litoral y –ahora sí- cruzamos el río Âncora por un puentecillo, como Dios manda.
Una vez que pasamos el río, completamente empapadas, entramos en la Oficina de Turismo de Vila Praia de Âncora, donde nos atendieron muy amablemente y, como peregrinas, nos dieron unas chapas que nos deseaban Bom Caminho (éramos las primeras peregrinas que las recibían, según nos dijeron).
El Camino continúa aquí por el paseo marítimo, desde donde vemos el fuerte de Lagarteira y el puerto pesquero.
Un poco más adelante, encontramos las primeras flechas amarillas del día. La ruta sigue por un camino empedrado pegado al mar y deja atrás pequeños monumentos como la capilla de San Isidoro y un pequeño crucero. A la derecha queda la vía del tren.
Llegamos así a la playa de Moledo, desde donde ya vemos más cerca la frontera española y el Monte de Santa Tecla.
Un poquito más adelante, optamos por desviarnos de la Senda Litoral y cruzar por un paso inferior la vía del tren, siguiendo las flechas amarillas del Camino, que no va tan pegado a la costa. El Camino continúa por la Avda. Santana paralelo a la vía del tren, bien pavimentado hasta Caminha, donde finaliza la etapa y concluye nuestra primera aventura de “Descubriendo el Camino Portugués por la Costa”.
Aunque cansadas y completamente empapadas…¡ha merecido la pena! Ya estamos deseando hacer la siguiente etapa, el 13 de diciembre.
¡Buen Camino!